martes, 7 de octubre de 2008

Medio ambiente: ¿entelequia o realidad?

Hace más de siglo y medio (posiblemente con Darwin) que comenzó a tambalearse la visión linneana del mundo natural, basada en el «indiscutible» (sic) origen divino de nuestros derechos de uso, disfrute y conservación de la naturaleza. Hoy en día, la biología admite sin rodeos que la posición dominante del ser humano en el planeta es sólo uno de los resultados posibles, probablemente fortuitos, del inexorable devenir evolutivo. Esta cuestión no es baladí, pues influye sobremanera en la importancia que atribuimos al homo sapiens en el funcionamiento de los ecosistemas.

Bien es verdad que el ser humano es capaz de transformar el medio ambiente en el que vive hasta límites que ponen en peligro su propia supervivencia como especie. No en vano Vladímir Vernadsky, en su influyente obra La biosfera de 1926, situó dos capas adicionales alrededor del planeta, a añadir a la litosfera, la atmósfera y la biosfera: la «tecnosfera», término acuñado para nombrar al resultado de la alteración producida por el hombre, y la «noosfera», o esfera del pensamiento, última capa planetaria en la que se entremezclan evolución biológica y cultural. Más recientemente, el químico holandés Paul Crutzen, del Instituto Max Planck para la Química (Mainz, Alemania), quien obtuvo en 1995 el premio Nobel por sus estudios sobre la descomposición de la capa de ozono atmosférico, propuso llamar «antropoceno» a una nueva era geológica definida por la aparición de la sociedad urbana industrial como fuerza capaz de transformar el territorio y cambiar el clima planetario.

Pero, ¿qué es el medio ambiente? Podemos empezar por decir lo qué no es. Desgraciadamente para algunos, el medio ambiente, ay, no es esa entelequia compuesta de inoportunas posidonias, enojosas ispágulas, entrometidos búhos y fastidiosas lagartijas «de rabo colorao» (como dijo una vez Valcárcel con rústico gracejo), puestas ahí para solaz de ecologistas de anteojo en ristre, consuelo de urbanitas con mala conciencia de serlo, y regocijo de funcionarios europeos empeñados en hacernos la vida imposible (lo más preocupante no es que se divulguen falacias como las referidas, sino que a menudo ese desatino sea perpetrado por ciertas personas -entre ellas nuestro inefable libelista de oficio-, a las que se les presupone elevada talla intelectual, altura de miras y vastas lecturas).

Por el contrario, por medio ambiente entendemos el conjunto de circunstancias físicas, biológicas, culturales, económicas y sociales en que vive una persona (por extensión, una sociedad). Por lo tanto, no se trata de algo ajeno a nosotros, sino más bien el conjunto de elementos (naturales y artificiales) que forman el ecosistema en el que nos hallamos inmersos, y de los procesos ecológicos que los mantienen, tales como los implicados en el ciclo hidrológico, el transporte de materiales laderas abajo o por acción del viento y el agua, la formación y dinámica del suelo, la producción de materia vegetal, la dispersión de semillas, la polinización, los movimientos y migraciones de animales, o la diversificación genética (por citar algunos). Y esos políticamente incorrectos bichos, tan insidiosos para algunos, no son sino indicadores de que nuestro ecosistema conserva cierto grado de naturalidad, indefectiblemente ligada a la sostenibilidad de nuestro modo de vida.

Frente a la eterna (pero falsa) disyuntiva «progreso vs. medio ambiente», hemos de oponer la más fundamental «progreso vs. retroceso», en calidad de vida y expectativas de futuro, las cuales, ciertamente, dependen de la condición y durabilidad de nuestro medio ambiente.Parece claro que la biosfera seguirá existiendo con género humano o sin él, a pesar de la inclinación prepotente de nuestra especie a acabar con todo rastro de vida, incluida la suya.

Desengañémonos, no somos tan importantes pero, claro, ¿quién puede mantenerse neutral en este asunto?

José Antonio García Charton. Profesor de ecoloxía.

No hay comentarios: